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domingo, 16.10.11

Carlos M. Luis

Especial/El Nuevo Herald

Es ya un lugar común afirmar que la invención de la fotografía (del griego photos, luz y grafos, escritura) cambió radicalmente el rumbo de la pintura moderna. Pero vale la pena recordarlo y en estos tiempos, aún más cuando la fotografía elevada a la categoría de arte, mezcla sus técnicas con la pintura. Inventada en 1826 por Joseph Nicephore y Louis Daguerrre, pasó por numerosas etapas de refinamientos hasta que en 1888 George Eastman introdujo su famosa cámara Kodak. Las fotos en color comenzaron a comercializarse en 1907, cuando la pintura había roto sus amarras con la “realidad” en cuadros icónicos como Les Demoiselles D’Avignon de Pablo Picasso. A partir de esa época, desde las fotos digitales y los numerosos experimentos que se han hecho con toda suerte de procedimientos, una nueva forma de expresión ha surgido, mostrando una vitalidad incesante. Pero a pesar de las variantes a la que ha sido sometida, la fotografía guarda para mí algo especial: su misterio mágico. La foto congela en el tiempo y en el espacio un momento de nuestras vidas, fijándolo para siempre tal y como ocurriera en el momento en que fue tomada.



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