By Sarah Moreno
El Nuevo Herald
May 25, 2011
Durante las cinco décadas que ha vivido en el exilio, el pintor Rafael Soriano llegaba a su casa todos los días después de una jornada de trabajo, en oficios no relacionados con su vocación, y luego de comer y descansar un poco, entraba a su estudio y pasaba el resto de la noche buscando llegar con su pincel a mundos desconocidos.
Ese taller íntimo y mágico, en una casita del suroeste de Miami, donde Soriano rescató, en múltiples lienzos, las tonalidades cambiantes de su añorada bahía de Matanzas, es una de las locaciones del documental La profundidad del silencio. Su estreno en televisión, mañana en La mirada indiscreta, coincide con el cuarto aniversario en el aire del espacio que presenta el crítico de cine Alejandro Ríos, los domingos a las 8 p.m. por América Tevé.
“Soriano nació con la necesidad de pintar. Por su sensibilidad, y en cualquier condición, él hubiera llegado a ser un gran pintor, pero creo que el exilio lo llevó a ser un genio’’, expresó Jorge Moya, director de La profundidad del silencio, un material cinematográfico que debe verse no sólo como un recorrido por la carrera y el ámbito familiar de uno de los maestros de la pintura cubana, sino como un homenaje a los creadores exiliados que han persistido en el ejercicio de su vocación y han contado con el incondicional apoyo de sus allegados.
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